¿Es la Corte Suprema la intérprete final de la Constitución? Este trabajo argumenta que, en un sentido significativo, no lo es y no puede serlo: los grandes desacuerdos sociales subsisten por más que la Corte Suprema los resuelva con pretensiones de finalidad. Ellos desaparecen sólo en el marco de complejos procesos culturales en los que los tribunales intervienen de un modo relevante y trascendente, pero no definitivo o automático. Si esta hipótesis se sostiene, entonces esos desacuerdos permanecen y se expresan por distintos caminos que han sido explorados por el constitucionalismo popular o democrático. El trabajo plantea una mirada crítica sobre esas teorías, que tienden a idealizar los procesos existentes y a invisibilizar las limitaciones que ellos presentan y que son especialmente relevantes en el contexto de las democracias de América Latina. Finalmente, concluye que pensar más y mejores caminos para la expresión de nuestros desacuerdos normativos debería ser una parte fundamental de nuestra agenda constitucional.